LOS ESTUDIANTES al distinguido doctor, querido y antiguo profesor D. José Sandoval Amorós.
Quien, que en sus tiempos pasados haya sido estudiante no ha sentido, al oír esta palabra, rejuvenecerse su corazón, ni ha experimentado una honda tristeza al pensar que, con ella, se marcharon, para nunca más volver, aquellos años mozos, en los que todo es optimismo y alegría en la vida?
Pues bien; en estos días de fiestas, en que todos participamos por igual de sus alegrías y diversiones; en los que queda embargada nuestra alma en la contemplación de la majestuosidad de nuestra excelsa patrona y en los que la vista se halaga, y queda impresionada fuertemente nuestra retina, por la diversidad de sus comparsas, con sus varia-dos y policromados uniformes, he de hacer destacar, de entre todas ellas, una, que llamaré la mía y a la que yo pertenecí, en época no muy lejana: la de los Estudiantes.
Al hacerlo así, quiero dar rienda suelta a mi corazón, sentirme con ellos estudiante y, como tal, ostentar, aunque imaginariamente, mi correspondiente uniforme, tocarme con el sim-pático gorrillo, distintivo de mi Facultad, y participar con mis compañeros de comparsa de las algaradas y correrías propias de su buen humor de estos días. Y al incorporarme a la vida estudiantil recordar algo de esa época, en la que a toda contrariedad se sobrepuso siempre, la nota simpática de jovial alegría.

Por eso cuando os veo pasar, perfectamente alineados, llevando la sonrisa en vuestros labios, marchando al acorde de un bullanguero y airoso pasodoble, no puedo por menos que recordar a aquel puñado de compañeros míos que, provistos de un fuerte espíritu, dotados de nobles sentimientos y haciendo honor a la clase, se reunían, se apiñaban y, fundiendo en uno solo su ideal, abandonaban, por unos días, la intensa labor de sus aulas y, provistos de sus correspondientes instrumentos e irreprochablemente uniformados, aportaban su modesto concurso, para así formar una Asociación que, llamada Estudiantina, marchaba como vosotros, siempre sonriente, con rítmico paso a recorrer pueblos y más pueblos, sin experimentar fatiga, ni cansancio alguno, puestos sus pensamientos en un alto fin y sagrado deber: el de allegar fondos para aliviar en algo las penas de los que sufren.
¡Simpática y hermosa obra, la de ellos!
No sólo de esta manera tuve ocasión de comprobar que sabían hacer compatibles los intrincados estudios y complejos actos de su vida, con tan humanitarios fines, sino que, además, se valían de otros medios. Y hoy en un certamen, mañana en el Teatro y otras veces manejando el capotillo de brega, les veía, como en una tarde de alegría y de sol, que sabían salir airosos de su difícil cometido, haciendo resaltar una vez más la nobleza de su corazón.
Estos son, en breves líneas, los recuerdos que conservo, de aquellos mis buenos compañeros; que quizá por ser imborrables no han podido desaparecer de mi memoria. Se me podría objetar, que no todos piensan así; forzosamente dentro de un núcleo, tan numeroso como es el de la familia estudiantil, hemos de hallar de todo y al lado del Panduriño, estudiante y estudioso, bueno, siempre sacrificado, encontraremos, el estudiante pero no estudioso Pitoulo, no malo, sino travieso, holgazán, no dispuesto a dejarse sobornar por nadie, ni menos por los libros; tipos estos dos que con tan cortado criterio, nos los presenta el malogrado Pérez Lugín, en su magistral obra, «La Casa de la Troya». Sin embargo, juzgando los actos de este último tipo sin apasionamiento de ninguna clase, observaremos que con ellos van aparejados, no un deliberado propósito de hacer daño, sino las travesuras propias de su poca experiencia y de lo corto de sus años y que, alargándonos más, veremos que todas ellas quedan con exceso compensadas, incitándonos, al mismo tiempo, a compasión, cuando para aquellos se aproxima la temible fecha de los exámenes.
¡Triste suerte la de él, en esos días! ¡cómo sufre, cuántos sustos y noches de insomnio te acarrea ese dichoso Mes de Mayo y qué ingrata es la vida para vosotros en ese tiempo! Cuando más ansia se siente de vivir; cuando la primavera, aparece en todo su esplendor, cubriéndose y adornándose con sus mejores galas, tú, pobre estudiante, estás condenado, a recluirte y someterte a un intenso y fatigoso trabajo y todo en pugna porque las flores de la tan temida Cucúrbita pepo, no den sus desagradables frutos.
Pero a pesar de todo y de los malos ratos, volvería a aquella vida; y cuando veo que os alejáis como vinisteis, sonrientes y en correcta formación, la tristeza se apodera de mí y con harto sentimiento he de recordar y coincidir con aquella famosa frase del troyano Barcala:
¡Dichosos ellos porque, yo, ya no volveré más a ser estudiante!
Fernando Cortés Camarasa
Extraído del periódico Villena Joven septiembre de 1928
Publicado en Villena Cuéntame